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Desde Lejos / M. Benedetti
El exilio, cualquier exilio, es el comienzo de otra historia. Es dolor y a la vez descubrimiento. Uno siente nostalgia de esquinas y arboledas, lagos y viñedos. Las paredes son otras, el suelo verde es otro. El cielo sin Vía Láctea está vacío. Uno acomoda la conciencia en la mochila y aprende del escándalo imprevisto y del sosiego huraño. Los rostros más constantes oscilan entre la furia y la sonrisa. Las profecías se hacen polvo y el corazón se va de vacaciones.
Todo esto ¿por qué? Quizá porque de todos modos sobrevivimos en la diferencia y llenamos la soledad con otras soledades que tratan de entendernos.
El exilio tiene algo de abandono y de espantos diminutos, de expectativas inalcanzables, de flor de un día. La claridad se va poniendo oscura y nos extrañamos a nosotros mismos hasta que la oscuridad se vuelve clara. No es fácil acostumbrarse a los cambios de ruta, menos aún dialogar con los que están.
Las fronteras, el humo, las aduanas, los sabios que no saben, la esperanza dormida.
Obligado o voluntario, el exilio también tiene algo de patria; segunda patria, claro. Y cuando nos propone su alrededor de prójimos, entramos en su gracia. Y damos gracias.
lunes, 20 de enero de 2014
Desde lejos...(a 207 Km.)
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